Me gustaba
observarla en silencio atravesar con la mirada su propia alma. Hoy reflejaba
felicidad apenas llevaba nada encima y su figura se podía admirar dentro de
aquel escuálido camisón rosa. Leía un libro de un autor de esos escépticos que
son incapaces de comprender la existencia de seres como yo que
necesitamos palabras fáciles para sentirnos humanos. A qué tanta
complicación.
Continuaba
absorta en la lectura ni siquiera me había oído. A veces levantaba la vista
hacia la ventana y veneraba la naturaleza seguramente es mejor aliada que yo,
las acacias sobresalían por encima de los pequeños bancos de piedra
volviéndolos aún más diminutos, los gorriones revoloteaban desesperados
de una rama a otra buscando paz, el cielo -Gracias a Dios- avecina un
hermoso día.
Sabía que
le vendría bien este cambio.
Aún la
miraba. No pedía más instante de felicidad, era mi gran placer, recrearme en
ella mirarla.
De vez en
cuando ella se soplaba entre el escote, hacía calor, y coqueta se
exploraba las heridas de los años había engordado más de lo que tenía calculado,
pero, seguía despertando admiración entre ellos y respeto entre ellas; por
supuesto yo, seguía deseándola más que antes y que ayer y que hace un segundo.
Por un
momento me estaba sintiendo mal. Aquel libro llenaba toda su atención era la
única visión existente en aquel cuarto, aunque vigilaba todos sus movimientos,
mi presencia no había hecho que se movieran ni un ápice sus grandes ojos
verdes. ¡Otra vez lo estaba haciendo!
Soy incapaz
de respetar su intimidad ella era feliz y estaba intentando destruirlo para
aplacar mis ansias, deseaba gobernar su libertad, me merecía ser correspondido,
nunca escuchaba mi opinión, no importaba, solo era ella y sus deseos. Algo.
Tenía que
emplear la palabra adecuada para que no sintiese espiada, un ruido, un gesto,
algo, pero ya.
Como
siempre todas mis cavilaciones habían sido inútiles ella me había visto.
- ¿Cuánto
tiempo llevas ahí?, ¿Por qué no me has dicho nada, cariño?
Su voz
dulce, su generosidad y mi gran intolerancia, hacían que mi garganta inhalase
demasiado aire, aquella rabia afectaba tanto a mi estómago que me daban ascos.
- No llevo
mucho aquí, ¿Qué lees?
- Algo que
no te gustaría, excesivo, raro para ti.
¿Has traído
las lenguas de gato que te pedí?
Ella se levantó
y vino hacia mí, en aquel momento se me cayeron al suelo las bolsas de la
tienda estaba más hermosa que nunca me sonrió y la besé intenso.
No podía
contestar. Sentía irremediables deseos de amarla en ese instante, de fundirme
en su cuerpo ofrecerle mi vida por sus caricias. Siempre me dominaba, hacía de
mí una marioneta desenfrenada que con violentos gestos pedía socorro en
silencio. Me seguía apretando algo en la garganta iba a terminar vomitando.
Dormía y
una luz tenue entraba a través de la persiana. En la calle unos jóvenes
alborotaban y gritaban como si fuesen sus últimos soplos de vida, el ruido hizo
que Lucía, se revolviese en la cama y se alejara de mí. Otra vez solo sin ella
y otra vez ese miedo loco. Procuraba arrimarme sin que ella se despertase,
lento, su piel limpia y suave, su olor inolvidable que me hacía recordarla aun
estando a pocos centímetros así me sentía, tan suyo. Ella me permitía sentir
esa seguridad tan efímera que se palpa al amar. Me ciega.
¡Quién se
atreve a decir que el enamorado es feliz sin saber más allá de su propia
posesión, y quién es el osado que se engancha a él como si supiese que le
va a convenir!
Amar no es
un negocio, pero te permite cierta seguridad repugnante que avala poder
continuar creyendo y existir a su lado como el fiel soldado de una
cruzada que busca el santo poder de la felicidad. Es una prisión para el
poseído y una tumba para el humillado. Irrelevante es todo lo demás, tus
angustias, tus necesidades, todo se oculta tras una pasión irrefrenable que
agota tus sentidos que convierte tus facciones en muecas abominables con gestos
sinceros y olvidados para los demás.
Estaba
amaneciendo el sol apuntaba como un verdugo a sus ojos, ella no debía despertar.
Aún no, si existe un Dios debería permitirme contemplarla toda la eternidad,
esa sería lo única oportunidad para sentirla mía. Lucía tenía planes para hoy y
yo sólo deseaba estar con ella en aquel pequeño cuarto en aquel servicial nido de amor
que celosamente nos guardaría.
Ella y yo
teníamos mucho que hablar esa era la causa de estar en Rolle, a la orilla
del lago Cernerse en una villa de Suiza pasando un largo fin de
semana.
Hablar, ese
era el motivo de nuestro viaje sentarnos como personas sociables a conversar, me
preguntaba cómo dos amantes pueden ser civilizados para qué. Se supone que es
lo último que deben ser la realidad no debe alojarse en sus vidas la
mezquina existencia o rutina no debe atormentar el caudal de una irrealidad
subyugante de una sólida alianza, ser ante el mundo dos polígonos sin temor al
riesgo. Pero ella quería sentarse frente a frente, hacer ruegos, suplicar
cambios, que fuese el de antes. No podía seguir huyendo no debía asustarme, lo
que ella me diría sería pura lógica, sus propuestas estarían dentro de la más
absoluta cordura, como siempre. Pero quién no temería a todo aquello que
se me venía encima.
Yo me
estaba desvaneciendo por dentro quiero, necesito gritar… convertirme en un oyente pasivo enfrente
tengo a la dueña de mi propia consecuencia, de mi voluntad y de mi dominio. No
me conozco apenas sé cómo soy, lo único tangible es que le pertenezco por
completo y que no me entiendo si no estoy a su cobijo, cómo enfrentarme
entonces, me pregunto, cómo desafiar el destino, debo iniciar yo la charla… ¡No!
Seguro que
no hace falta, ella vino con el propósito y es tan terca que no regresaremos a
casa sin hablar, pero confieso que tengo miedo, hay algo dentro de mí que se
siente muy solo y triste. Se despertó y volví a habitar en la tierra
dejando mi silencio descansar.
Quería ser
un verdadero turista, sacar fotos a los monumentos, ir a visitar los museos o
simplemente pasear con Lucía. Había sido una mañana agotadora desayunamos en el
hotel, con demasiada gente, casi era imposible entenderse por el ruido
estridente así que decidimos irnos.
Entramos en
una vieja librería se llamaba “Estilo” y compramos una guía turística.
Empezamos a andar. Lo recorrimos todo como verdaderos fanáticos sin dejar
títere con cabeza. Linda se emocionó al ver la pequeña ermita que reinaba
poderosa desde un alto todo el sumiso y pacífico pueblo; no dudamos en entrar,
aunque la portezuela estaba cerrada casi herméticamente. La ermita era muy
limitada y se notaba la mano de una mujer quizás alguna viuda adinerada que
pasaba sus ratos de ocio irremediables, en compañía de los santos y la bayeta;
respirabas ese noble sosiego, esa calma que sólo experimentas en ese tipo de
edificios creyente o no, allí no existe ningún humano capaz de no sentir eso, aunque
sea inaceptable para algunas mentes. Lucía se arrodilló frente a un icono de
una hermosa virgen, parecía antiquísimo, y juraría que debía dar nombre a aquel
lugar. Inclinó su cara sobre las palmas de sus manos y si no fuera por mí,
hubiera llorado. De repente Linda se había convertido al cristianismo o como
siempre lo estaba confundiendo todo o sólo se trataba de un desahogo.
Lo cierto
es que sin decir nada me fui y la esperé contemplado y exhalando la misma paz
que adentro, aquel lugar era magia pura.
No tardé en
oír el portazo, ella caminó hacia mí.
- ¿Por qué
te fuiste, ni siquiera esto quieres compartir?, dijo.
-Quería
dejarte sola con tu intimidad y sabes que mi mayor deseo es entregarme hasta la
mismísima muerte.
-Yo no te
pido tanto morir a la vez es soñar demasiado.
-Sería bastante irreal para que fuera cierto -dejé el
enredijo no era el momento-.
Ella
caminaba ligera más que yo, deseaba alejarse le estorbaba; de todas formas,
irradiaba tanta felicidad que incluso era consciente del daño que eso me hacía;
saltaba, cantaba y yo detrás como un imbécil, sin más cordura que el reflejo de
su alma en la infinidad de sus lágrimas.
¡Sí!
lloraba, lloraba desconsolado y sin la amistad de mi propio organismo que se
negaba a facilitar las lágrimas del perdón. Hacía años que no exteriorizaba
mi llanto cada vez que mi alma se rasgaba me lo tragaba. Ya de vuelta en el
hotel nos duchamos y pedimos al servicio de habitaciones, -más que servicio era
una amabilidad de la dueña para con nosotros, le caímos bien-, algo de comer,
todo frío ya que el bochorno era abrumador como para hincharte a manjares; nos
pusimos cómodos y mientras picábamos ella me observaba, el movimiento de su
boca, su forma de masticar me ponía enfermo. Yo ni siquiera levantaba la vista,
¡Qué frágil me sentía! La temo, sí, como si me fuera a castigar por no haber
sido bueno. ¡Hasta cuándo seguiremos así! No tardó en darse cuenta de mi
cobardía, de mi lentitud, de mi angustia y atacó.
-Necesitábamos
estar solos, ya te lo decía yo, mejor es afrontar los problemas que dejarlos
estar en casa, tú con el trabajo y yo con el mío, sólo servía para distanciarnos
más, para ser capaces de huir.
- ¿Qué
problemas acaso no tienes cuánto deseas, acaso no te ofrezco todo lo que tengo,
lo que soy? Qué quieres de mí Lucía yo te amo y no sé lo que te sucede...
- Déjame
terminar, dijo. Sabes bien lo que te ocurre siempre criticaste a los hombres
que sospechaban de su mujer, decías que demasiado ardor podía conllevar a una
devoción tan real que solo un egoísmo una inseguridad, una inmadurez, acababa -la
interrumpí, me estaba agrietando por dentro-.
- ¿Qué
intentas decirme? que ahora soy así, que te espío es mentira lo sabes. Supongo
que mi cambio se debe al estrés, el viaje nos vendrá bien ya verás, dejarás de
ver cosas donde no las hay.
Me levanté
y cogí el teléfono.
Sus ojos
llenos de incredulidad e ira me exploraban absortos sin saber expresar todo lo
inexplicable de mi actitud...
-Yo no veo
las cosas así, Ricardo, por extraño que te parezca las siento.
Temblé
Lucía se
encerró en el baño y yo me acurruqué en la cama esperando que una mano piadosa,
incluso como la de una madre, me acariciase y dijese que todo iría bien, que mi
ineptitud se debía solo a la rutina al agobio tan grande que sentía, que todo
pararía, que nos iría bien...
Pero
aquella mano no llegó, ni la calma, al contrario, la marejada acababa de empezar.
Salió del
baño dando un portazo y pululó por la habitación, para mí todo se ensombrecía,
todo ¡No me lo merecía! Su cuerpo irradiaba tanta hostilidad, tanto
desequilibrio que me daba pena, pero yo no podía volver a sacar el tema,
evidentemente huía como un maldito cobarde. Debía ser cauteloso, en esos
instantes cualquier punto de vista sería un intento fallido de felicidad, no
era lícito revolver más mi basura.
Se metió en
la cama enfadada con tal agresividad que sería un insulto intentar amarla, por
un momento creí ser aquella almohada que azotaba a puñetazos con el fin de
colocarla a su medida, se estaba confesando entre golpe y golpe. ¿Me odiaba?
La sentí
sollozar, minutos después de apagar la luz... puse mi mano temblorosa en su
hombro, la aceptó, se volvió y cedió su fuerza ante mí...deseaba que la amase y
yo deseaba amarla...
¡Aquella
noche comprendí que era un maldito egoísta, un ser ruin, que mi único error era
quererla insistentemente, desesperado como me amaba a mí mismo con miedo y
resignación sin tener el poder para volver a nacer y hacerme diferente!
Nada dentro
de mí encontraba solución, me hundía más y más pensando cuán lejos estaba de
aquel amante bondadoso y delicado que era al principio, aquel que cuidaba sus
más aferrados movimientos en el estudio de hacer más placentera la vida de su
amante.
¡Oh, Dios
si de veras existes, ¡ayúdame!, porque siento que la estoy perdiendo, que no sé
quién soy, que cada vez soy incapaz de escucharla, que no quiero escuchar una y otra
vez como repite mis faltas.
¡Ayúdame
Señor, porque la pierdo! -me repetía- mientras acariciaba su cuerpo aún
dormido, con ese nudo en la garganta que te impide respirar, pero te hace
comprender que eres un orgulloso, un inútil hasta para llorar.
Nos quedaba
tan sólo día y medio para disfrutar del ambiente soñador e insólito, que aquel
lugar nos ofrecía así que la decisión era clara: salir urgentemente de compras
y después sentarme a entender sus ansias y anhelos, en el fondo quería saber el
porqué de su desdicha.
Los sábados
había un pequeño mercadillo donde por poco dinero podrías adquirir verdaderas
joyas, cuadros, tapetes, jarrones, así nos lo contó la entendida propietaria
del hotel.
Eso a Lucía
le encantó estaba llena de emoción, le chiflaba la aventura lo desconocido, a
mí todo lo contrario. Una vez en el mercado me preguntaba para qué todo lo que
se estaba comprando, bastaba que yo le dijese algo para que ella llenase la
bolsa de artículos innecesarios, era muy tozuda. Lo único que verdaderamente me
gustó fue una pequeña reproducción de la ermita tal y como debió ser en
realidad que me inspiraba la misma sensación: la añoranza
de un tiempo feliz, aunque lo mejor aún estaba por llegar... esas creo, fueron
las palabras que Linda me espetó al observar la expresión de mi cara
¡Realmente
ella tenía tanta ilusión porque todo fuera como antes!
¡Cómo la
vida torció nuestro futuro! No lo sé.
Después de
casi tres horas en aquel preciado lugar para mi nostalgia, sé que regresamos al
hotel, y nos esperaba un fantástico almuerzo preparado por Madame Sophie, como
ella dijo: " Ya que es su último día en el hotel". Nos íbamos el
domingo, al menos esos eran nuestros planes; gustosamente invitamos a Sophie a
sentarse para que a la vez que saboreábamos tan exquisito manjar nos explicase
cada plato; de primero nos preparó un caldo que no recuerdo los ingredientes
pero sí el sabor más bien salado, bonito en rollo, con una salsa marinera harta
de especies cosa que nos sorprendió ya que en esa época del año era muy difícil
conseguirlo en esa región, y por último un postre que a base de miel almendras
y crema pastelera.
¡Todo
excelente!
Qué irónico. Ya
en los cafés comprendí lo difícil que se ve pasar la vida a través de unos ojos
cansados, la soledad en la vejez es lo peor que existe para el ser
humano, dejar de sentirse necesitado, la falta de cariño, mantener todavía alto
el listón del genio para que el mundo no abuse, seguir adelante cuando en
realidad lo único apetecible sería sentarse a descansar y dejar que el tiempo
pase, de vez en cuando rozaba su mano con amabilidad algún cliente, esa era
quizás su mayor recompensa.
¡Llegar a viejo es morir poco a
poco!
Acompañar a
Sophie esa hora hizo muy feliz a Lucía hablaron de sus cosas y entre toda la
conversación me quedo con un consejo, recomendó a mi mujer tener pronto un hijo
que no debía dejar pasar la oportunidad que luego sería injusto aspirar a lo
que otros tienen o sienten por ser un poco egoístas. Linda le respondió que no
era el mejor momento, Sophie le advirtió que ningún momento era el adecuado
para tener un hijo que ante la viveza del amor sólo tenía la ventaja de ser
joven. Subimos al cuarto, estaba ansioso tenía un regalo, le había comprado en
el mercado mientras ella se distrajo una caja de música en madera de roble de
aspecto rústico y con un pequeño hilo de oro alrededor de una inscripción en
negro que decía algo así como: "Siempre tuyo". Ya en la habitación mientras
ella se ponía cómoda intenté, haciendo un amago de manitas, envolver mi regalo
lo mejor posible, al salir del aseo me apoderaba una inquietud, ¿Le gustaría?,
¿Probaría esto mi intento de reparar el daño que le estaba haciendo?
- ¿Qué
haces ahí sentado?
- Toma es
para ti.
- ¡Pero,
¡cuándo, qué preciosidad! -me miró, su rostro reflejaba tanto amor- ¿Qué música
suena?
-Es el
Adagio de Albinoni, seguro que lo has oído en alguna película, ¿no te gusta la
inscripción?
-Si, sé que
siempre serás mío que nadie podrá llenar tú alma como yo, si algo puedo hacer
dímelo, somos una persona y tus miedos son los míos. Ricardo quiero ayudarte no
estás solo dime qué tienes, por qué has cambiado así, yo...
¡Grité como
si se me fuese la vida en ello! ¿Qué me estaba diciendo?, ¿a qué este acoso? Le
dije que me dejase en paz, que cuando llegásemos a casa iría derechita a un
psicólogo, que la problemática era ella. Yo era perfecto. Lucía no cesaba de
llorar, suspiraba y me miraba horrorizada, por el contrario, yo hacía tales
aspavientos que parecía un personaje grotesco, me contemplé en el espejo y un
silencio delirante pobló todo el cuarto…
¡Qué me pasa, qué estoy haciendo! -pensé-. Me arrodillé a sus
pies.
- ¡Ayúdame,
por lo que más quieras, ayúdame!
Apreté mi
cuerpo contra ella y como un niño desamparado me acuné.
-Todo se
arreglará, no te asustes- repetía Linda sin cansarse-. Estoy aquí.
Ella seguía
llorando a la vez que acariciaba mi pelo. Me metió en la cama, me contempló
durante un largo rato sin decir nada solo nos mirábamos luego, me
dormí. Al despertar noté la falta salté de la cama y miré alrededor, allí
estaba se había quedado dormida en el pequeño diván, seguramente tras no poder
controlar más su llanto.
Qué
vulnerable soy sin ella. Debía tener frío, pero no quería despertarla así que
solo me acerqué y la observé una y otra vez, me quedaba tanto para aprenderla
de memoria que no me cansaba de adorarla. Se merecía toda mi cautela, mi
atención. Era tan bella, cómo podía estar haciéndole tanto daño.
¡Confusión!
Cuando eres
joven y vas comprendiendo las telarañas que te ofrece la vida, te advierten de
los peligros posibles, dejas el llanto en el vientre de tu madre, y sigues;
pero en el amor nunca aciertas, pides más de lo que te dan porque estás acostumbrado
a ser egoísta, pides entendimiento y ni siquiera comprendes que la vida se
complica por tu culpa, pero en el amor se llora, se sufre, se es protector,
egoísta, desalmado, interesado, exigente , espantoso, considerado,
generoso, derrochador, cómodo y en el fondo existe algo que acalla o niega
todos los sentimientos más eternos que pueda imaginar, la maldita cobardía.
¿Cuántas
veces se omiten verdades para no hacernos daño? ¿Cuántas veces en nombre de tu
amor juras en vano?, ¿cuántas veces en nombre del amor desafías el destino
ajeno?, ¿cuántas veces en nombre de ti mismo te dices que todo va bien?
Engañarse
es muy fácil, compadecerse es aún más condenable.
Estuve un
instante mirándola con mi alma, acariciando su piel, cada rincón era un tesoro
preciado de mi posesión no tiene miedo, el límite estaba en nosotros mismos,
pero eso no servía no bastaba no sopesaba lo demás.
La vida se
equivocó con nosotros, nos cedía tan sólo la cara más agria del amor aquel
cuento se parecía ya al de Pandora, por ahora mejor era mantener la tapa
cerrada. Nos vestimos de noche nos fuimos y dejamos en el olvido las horas
amargas.
Hacía calor,
pero se soportaba la brisa te ofrecía la posibilidad de creer en los dioses,
aquella luna que jamás olvidaré, lucía en el cielo dominando todo, como Linda,
era la estrella principal de aquella película y yo era tan sólo el apuntador
que espera ante la mirada de la artista una debilidad, una necesidad, para
amarla.
¡Me conocía
tanto!
Es terrible
averiguar qué todo a tu lado sigue un proceso, y tú te empotras en tu mundo
como un observador mudo y sordo que no entiende de señas. Ella me lo decía con
los ojos, con sus manos, con su cuerpo expresaba y pedía un auxilio ¿Por qué
fui tan necio?
La velada
estaba siendo fantástica, bailamos un par de piezas muy lentas como si en cada
movimiento acariciásemos una ilusión, la posibilidad de seguir eternamente
juntos, mimando cada misiva que telegrafiaban nuestros latidos, un instante
para no olvidar...volvimos y entrelacé mis dedos a los suyos, respiramos y
juntamos nuestros cuerpos en la suavidad de las sábanas, suspiramos y apagamos
la luz...casi era de día, pero nosotros todavía sosteníamos el faldón a la
luna...
Llegó ese
día, daría lo que fuera por alejar ese recuerdo del baúl de mi memoria, me hace
heredero de mi propio infierno, me atormenta vivir. Linda se levantó
bruscamente y hurgó en su bolso, sacó un cigarrillo y lo encendió; yo la miraba
con recelo, ¿qué iba hacer? de sobra sabía lo que se me venía encima así que no
salí de la cama.
-Déjame
hablar y por Dios no me interrumpas. -suplicó
Se sentó en
la mecedora que estaba junto a la ventana y el humo del cigarro volaba libre
por ella, eso quería hacer yo...
-Linda
tenemos que prepararlo todo hay mucho que empaquetar, si quieres...
-No, maldita
sea, no lo hagas, necesito hablarte, que me escuches y me respondas, que no te
quedes inmóvil ante mis acusaciones, que te defiendas pero que en definitiva me
digas algo. No lo arregles con un beso. Necesito más, lo entiendes, de
esta habitación tiene que salir arreglado tu problema, no me iré contigo a
casa.
Sé que
tenía que ofrecerle esa paz que me exigía, escucharía su queja ya que solo
pensar que me podría dejar me daba ganas de vomitar... ¡Miedo!
-Ricardo-dijo-estoy harta de ti, no soporto verte huir cada momento, has cambiado,
te siento extraño, te has vuelto un desconocido, en tus brazos siento un engaño
tras otro, estoy defraudada y eso está haciendo que me hunda, me miras y
reflejas falsedad... te llevas vendiendo desde hace meses, me dices que la
extraña soy yo...No dudo de tu amor dudo de ti, que es aún peor, te has
convertido en lo que jamás pensé, un celoso cobarde y desequilibrado...te estás
llevando mi juventud, y mis días, pero lo peor de esto es que no lo reconoces y
eso...eso me asusta Ricardo...
Yo giré la
cabeza en busca de su rostro estaba desencajada, le estaba costando decirme
todo eso, lo sé, quería explicarme y la voz no salía de mis entrañas...
...te has vuelto un dictador y desestimas mi voluntad. ¿Crees que no me
doy cuenta? La ley de los varones es así, cuando os sentís envejecer acotáis el
terreno como si de ovejas se tratara. ¡No es así, maldito seas contesta!...
-Yo...es que...pero- no me salían las palabras,
necesitaba escuchar tanto de mí, y no era capaz de emitir tres sonidos
coherentes.
- ¡Quiero
saber por qué te enfadaste con Andrés! ¡Sólo fue un ramo de flores! Un
compañero de tu trabajo, con el que te vas de copas desde hace casi seis años,
se limita por cortesía a obsequiar a la mujer del que considera amigo, y
encima admira como hombre, a enviarle un insignificante ramo para agradecerle
un favor que le hice... Pues eres tan extravagante en tus ideas que te
imaginaste una aventura, casi consigues que Andrés terminara con su compañera y
has roto una amistad sincera... pero no, tú sigues diciendo que no te ocurre
nada, te inventaste un cuento tenebroso y me costó hacerte entender que no era
cierto...
Se puso a
llorar como una niña desvalida...
-Ricardo,
necesitas ayuda, yo...ya no puedo creerte más...
-Oye,
Linda, yo te quiero, te lo doy todo o no te he dado este viaje...
-Lo del
viaje era una escapada para ti, esta conversación estaba pendiente desde mucho
antes. No seas testarudo...Quiero ayudarte.
Se hizo el
silencio, se sentó de nuevo en la silla y lloró.
-Linda, no
llores por favor sabes que no lo soporto.
-Y qué
quieres que haga si es lo que me pide el alma, llorar y llorar, solo piensas en
el daño que te causan a ti mis lágrimas, detestas escuchar lo que no es en tu
propio beneficio, hay momentos en los que me siento tan desdichada, que me
culpo de tu agresividad...pero tú eres dueño de tú propia voluntad ya ha pasado
aquella fase en que tú eras yo y yo era tú; lo único que tengo claro es que
estás destrozando nuestro matrimonio y que no será porque yo no intente
remediarlo, aunque también tengo claro que no me hundirás contigo, estoy harta.
La dejé llorando y fui hacia el baño ella vino detrás de mí, yo en actitud agresiva me volví y le dije que si lo que quería era el divorcio que sólo dependía de ella, "Ves Ricardo como no entiendes nada"-me dijo.
Eché el
brazo hacia atrás en un amago de que me dejase a la vez que le di la espalda y
entré…
Así lo
recuerdo, así lo tengo grabado en mí tortuosa memoria que cada día se siente
más indefensa esperando una maldita respuesta.
-Don
Ricardo, ¿está usted seguro, no la agredió, no la empujó intente recordar? -
Dijo el detective Rollan, que curiosamente era el sobrino nieto de Madame
Sophie.
-Se lo
juro- y continué.
Me miré al
espejo del baño y me lavé las manos ya que me sudaban y entonces comencé a
explicarle lo que me sucedía:
"Linda
sé que he cambiado, ya no soy el mismo, todo se arreglará cuando visite a ese
amigo tuyo psicólogo y me explique de dónde viene estos miedos, voy a poner
todo de mi parte, te lo prometo, pero no me dejes te lo suplico... te
necesito... ya sé que siempre me dices que el amor no es necesidad, que es
demostrar día a día que intuyes el alma del otro, pero tengo horror a
enfrentarme solo a esto lo entiendes verdad"
-Y qué más
ocurrió, venga dígame- dijo el detective.
-Le pregunté si me
escuchaba, y al no contestarme salí y la vi tendida en el suelo.
¡Dios mío
Linda! ¿Qué te pasa? ¡Contesta Linda! La apreté contra mí y le repetía una y
otra vez, que no me dejara.
-Y entonces
es cuando yo entré y vi a la señora tendida en el suelo y al señor
abrazándola...me di cuenta al acercarme que estaba muerta... yo no creo que el
señor, bueno que él haya sido quien... ellos eran felices, aunque tenían
problemas, la señora Linda me dijo que eran pequeñeces, ella lo amaba
profundamente y él...
-Bueno tía,
lo que tú creas no es admisible, la escena de este aparente accidente y lo que
realmente ocurrió sólo lo sabe por el momento, el señor.
-Le juro,
yo no sé cómo fue... sólo sé que pretendía que se calmase y por eso fui al
aseo, y al salir estaba...
-Sí, si ya
me lo ha contado, pero debo esclarecer todo, están haciendo la toma de huellas
los del laboratorio me enviaran cuanto antes el informe, y por supuesto
como siempre en estos casos la autopsia será el dato más favorable para
saber la verdad, ¡Don Ricardo debe colaborar!...
-No sé en qué,
pero estoy aquí ya no tengo dónde ir...
El informe
forense no se hizo esperar.
Le hicieron
la autopsia y descubrieron que Linda había tropezado contra la cama por
una pequeña herida en la nuca hecha al caer, tras sufrir un desmayo
probablemente tras la discusión. La causa de la muerte fue que al caer se
desnucó...Lo más triste es que Linda estaba embarazada...
-Creo que está todo
claro, aunque personalmente seguiré investigando, puede marcharse, y hacerse
cargo del cadáver, si no es hoy puede venir mañana... De momento no se ausente.
-Sí, así esta noche
descansará -dijo Sophie- llevamos demasiadas horas en la comisaría, debe
intentar dormir.
-Puedo ocupar la misma habitación- rogué al comisario-
-No veo por qué no, si usted es capaz de aguantarlo por nosotros
no hay problema...
Llegué solo
al cuarto, cómplice de dos amantes que negaban su lugar en la vida...aquella
cama estaba sola y yo lo estaría para siempre; coloqué algunas cosas que
estaban tiradas por el suelo y su ropa impregnada de ella, y del bebé...
Me tumbé,
todo había sido un sueño seguro, - me repetía sin cesar- Pero abría los ojos y
no estaba.
¡Temor!
Tengo
tantos recuerdos que no vivo...Añoro el brillo de sus ojos, suplico otra
lágrima de aquellas fogosas de gozo que brotaban de sus risas...Creí en nuestra
fe como el que se agarra ingenuamente a un mundo de ficción, como el que nada
en su propio abismo, como el que lucha en medio de la nada por morir amando.
¡Y de qué
me sirvió!, A qué tanto empeño por seguir mirándote, recordándote, llorándote,
suspirándote. Para que tanta farsa, si no te tengo ni tus rincones soñados ni
la senda de tu cuerpo me traen la paz.
¡Condenado!
Quizás porque al amarte, al entregarnos todo lo que merecíamos nos
alimentábamos sin pensar.
Lo único
que me hacía persona era tu amor, fui hombre, ahora soy paja.
Supe lo que
es llorar sin lágrimas por orgullo, orgullo de amarte, supe lo que era Dios tan
solo averiguando tu dicha, lo que te gustaba...
Y ahora
vacío y solo, la vida me ha dado el mayor castigo: ¡Vivir sin ti!
Aquellas
dos lágrimas, ¡Cómo olvidar!
Un trueno
irrumpe en la quietud de la noche, como tu llanto inocente que suplicaba
vivir... tú me hiciste enloquecer, tú me llevaste al abismo del odio.
¡Yo tuve
que hacerlo!
Para saber
lo que es vivir sin amor; tú y yo sabemos la verdad, y sé que, en ti, donde
quiera que estés, no hay rencor, porque me estarás viendo mal vivir y eso será
suficiente.
Escuchar tu
cajita, con la dulce triste melodía me atormenta, pero lo hago por ti.
¿Dónde
recostaré ahora mi alma?
Lloro mucho
desde que no estás, sin brotar de mí esa agua salada que me hace humano, por mi
Linda, mi otro yo.
Así todo no
cambiaría ese pequeño secreto que tú y yo nos otorgamos, esa huella de paz que
quedó en mí sombra.
Mónica Solís
(Miltch)
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