Carta para ti (antigua)



Un momento para abrir el alma, saludar a la que fui, ofrecer pleitesía a la que soy y ponerme en cruz para recibir a la que seré...y a quién debo todo, a él.
Por su forma de volver sin pedir permiso.
Por hacerme temblar, llorar... 
Por no entender sus actos y loar sus abismos.
Por repetirse una vez más.
Por ampararme en mi desdicha y no dejarme sola.
Por quitarse del medio cuando la angustia de vivir se hacía más grande que el deseo de amor.
Por mi impaciencia, que hace que sea paciente.
Por sus gritos de reverencia hacia la amplitud de mis quehaceres.
Por sus manos, que llegan siempre a acariciar mi paz.
Por sus risas cuando sólo aflora el llanto.
Por esa explicación innecesaria que avalé en su mirada, por saber lo que soy y siento sin hablar, sin pensar, sin querer.
Por hacerme comprender que el ayer no es semejante al hoy.
Por apartar al mundo para que yo pase.
Por alejar de mí a todo el que ni siquiera llegó.
Por hacerme imprevisible al exterior hasta el punto de renegar de ellos.

 Alójate en mí, no te vayas, sigue conmigo y construyamos un mundo a medida, sin puertas, sin paredes que compriman lo nuestro, multipliquemos el "amar" por la "calma", hasta que estemos tan seguros del resultado que no podamos huir nunca el uno del otro. 

Gracias, por volver a entrar, por no dejarme tanto tiempo aliada con la soledad y con la locura. Por que aunque ni yo misma sé cómo voy a sobrevivir a tu lentitud estoy volviendo a creer en los pequeños momentos que siempre anhelé

Gracias, por acudir a mis gritos que nadie escuchaba...La prisa será mi pecado, la penitencia queda de tu manos. 

Siempre.

A pesar de tantos lamentos siempre vuelvo a ti; como un soplo de aire que recibe el ahogado, un susurro que entra en el alma aunque la mía siga tan estéril, harta de no llegar nunca a una orilla...
Pero hay algo que no me deja quieta, esperar.
¡Hay tanto dentro, que no lo enseño! 

Miedo.

Vuelo desesperada hacia tu calma, abrigándome en tus sueños, pero no son los míos. Y te escucho, reflexiono y acepto por ser lo que deseo aunque "toda la vida" queda grande.

A veces imploro a mi Dios, que no se acabe, y otras veces sólo debo mirarte para preguntarme: "¿ A dónde vamos?" 
Y pienso: "Hay qué ir hacia algún sitio"...

Sin duda, hacia nosotros...


Mónica Solís




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