Náger y Tamir. La leyenda


                                             


Cuentan que la ciudad de Pamú, estaba a punto de despertarse al fondo de su inmensa colina, y lo hacía por el alboroto que las alas de miles de mariposas de infinitos colores y una sobre todo una la de color azul que obligaría a Náger a escoger su felicidad en las próximas horas…
Pamú avivaba, porque la luz del Sol asomaba en el horizonte y también porque ya era hora, y se colaba entre su rocoso y árido suelo de infinitos agujeros que desde el cielo parecían lunares de blanco travertino llenos de agua que se precipitaba por la cascada más grande que os podéis imaginar, una catarata mágica del que todos sabían el origen de esa linfa bendita porque, hacía décadas que en Pamú no llovía. Náger adoraba soñar. Haciéndolo era feliz, de una manera inexplicable, de esa forma en que no solo el dormir descansa el cuerpo si no que durmiendo y soñando era como Náger arreglaba su vida, la de su familia y la de su pueblo. Un pueblo que la había visto crecer y que siempre la había dejado corretear y explorar sin miedos, sin castigos, sin ninguna obligación nada más que la de ser dichosa y despreocupada, y que a sus dieciséis primaveras todos menos ella, sabían que ocurriría.
Hoy cumpliría esa edad en la que sin saber a penas que significa ser leal se le reclamaría, y ella cumpliría al compromiso que al nacer pactaron con su sangre sus padres, con la desdicha del llanto de aquel bebé. Iba a dejar de volar hacia las nubes esponjosas y mullidas de sueños de colores, de verse reflejada en los ojos de sus vecinos, amigos, hermanos, padres, para convertirse en…Se desperezaba abrigada con su larga melena dorada rodeando su silueta; cuerpo que se estaba convirtiendo en divino y nuevo. Sus formas se estaban redondeando, sus senos voluptuosos y sus caderas en formadas ya enseñaban en qué tipo de feminidad recaería su obligación…
Tamir, tenía un año más que ella. Nació en verano cuando los dioses regalaban al mundo su mayor de sus tesoros: el calor del astro rey. Siempre fue su mejor compañero de aventuras y llenaba sus horas de magia al mirarla. Según crecían, en él nacía el mayor sentimiento que abraza la inocencia y estaba seguro que llegado el momento, serviría para defenderla de todo mal, todo iría bien, que no pasaría nada que Náger entendería que él no la pudo poner en aviso y que no le faltó a la verdad, simplemente no podía hablar.Todo el pueblo callaba. Todos silenciaban un destino irremediable, todos lloraban en silencio porque adoraban a esa niña.
Saltó de la cama alborotada. Le encantaba su cumpleaños. Además del sol, de los sonidos del día en la aldea, el olor de su madre cocinando dulce le recordaba que hoy se celebraría su fiesta que vendrían todo el pueblo con regalos, era el día en que se sentía como una gran diosa, que los músicos encantarían sus bailes rítmicos, que no se iría la sonrisa de su rostro hasta que desfallecida de agotamiento volviese a tumbarse en su camastro a dormir la vida. Su madre le hacía delicias con alimentos de los dioses. Entre muchos, la deidad Petricor, había regalado a los humanos la oportunidad de cultivar el fruto del árbol para alimentarse de sus bondades solo hasta el día que Náger cumpliera los dieciséis años, y a ella le daba la vida comerse todo el chocolate final que cocinaba.
A Petricor le ofrecían cestas de frutas, abalorios hechos a mano, y cuencos llenos de un caldo a base de plasma humano. Náger ya estaba acostumbrada, formaba parte del ritual anual sentarse en la cocina de su casa a comer chocolate mientras su padre con gran delicadeza sajaba el brazo izquierdo de su hija y el flujo caía en el cazo de la mezcla final a la que también añadiría la de su madre…Ella ni se inmutaba. Muy por el contrario, era cuando a edad temprana su llanto se oía a través de las montañas, llegaba a las praderías y a la urbe y hacía estremecer a todos. Aquel llanto paralizaba la vida. Eran las únicas mañanas, las que cumplía, cuando el cielo se oscurecía y las nubes amenazaban con abrirse en una terrible borrasca…pero nada ocurría…ella de tanto lloro, se quedaba dormida y se calmaba. Petricor, no cumplía su amenaza, la aldea un año más se quedaría sin oler a tierra mojada, no empaparían sus cuerpos con agua limpia de vida…Todo esfuerzo era poco para tratar a esa deidad con sumo respeto en un intento de hacerle ver que aquella criatura no merecía tan ingrato destino. Aquel perfume desierto de vida, engullido por aceites de condimentos, aquellos tonos rojizos y secos que lloraban por las piedras…vislumbraba el infortunio de Pamú, Náger, y por ende, el de Tamir.
Hoy terminaría todo.
Tamir corría veloz. Quería llegar cuanto antes y darle su regalo. Lo había envuelto entre telas que él mismo había lavado, arriesgándose a ser perseguido por la reina de las mariposas azules, la que era portadora de mayores males de la tierra, entre las aguas de la cascada. Había hecho un atado con una cuerda que había decorado golpeándola contra la piedra de la montaña que resguardaba el lugar. Dentro, un trozo de piedra de luna un mineral poderoso que equilibra la energía, es la piedra femenina por excelencia. La encontró en una de esas mañanas que a escondidas salían del pueblo en busca del oro de la vida que tantas historias escuchaban a los ancianos, cuando Pamú tenía río, y verdes árboles y olores sanos…cuando la vida era placentera de verdad y jamás se hablaba de Petricor porque no había sido creado, no existía como maldad suprema. Tamir jugaba a subirse en las piedras cuando algo le deslumbró, miró hacia el suelo lleno de grava y se encontró esa piedra que guardó con celo e impaciencia para Náger. Se la enseño a los más íntimos a su familia, y todos sintieron alivio…no se veían ya, habían desaparecido…alguna hada la había la dejado para que él la encontrara, decían. Albergaban la esperanza…
Llegó a casa y Náger estaba más bella que nunca. Su madre le había cosido un ropaje más fino con hilo blanco y adornos verdosos un color poco visto. El día que ella nació Petricor le dio hilos de colores indicando que solo se usarían al llegar este día para el sacrificio. A Tamir, se le hacía congelado la voz, no articulaba palabra se había quedado pasmado ante la maravilla que tenía ante sus ojos. Le hablaría de sus sentimientos en cuanto tuviera ocasión, quedaba poco tiempo. Náger se reía como una chiquilla ansiosa quería curiosa, saber qué obsequio le traía este año. Al abrirlo todos se quedaron maravillados y su madre se echó a llorar. Nunca la habían visto llorar. Siempre se mostraba valiente y fuerte. Pero hoy la vida de su hija llegaría a su fin, si los dioses buenos no lo remediaban. Guardó la piedra en un bolsillo interior del vestido y dijo que siempre la llevaría con ella y le dio un beso en la mejilla a Tamir. Ella también empezaba a quererle de otra manera y eso la tenía emocionada, era la serendipia mas bonita de su existencia…y lo sería para siempre, perfección, su infinito y sucedió así de repente, mientras pensaba en otra cosa, mientras sus días pasaban plácidos…
Los vecinos se agolpaban a la puerta de casa. Querían ver a su salvadora, aunque ni se imaginaba semejante cargo. Sus padres querían que disfrutase, no querían hablarle de su fin. De repente, Náger sin llegar al quicio de la puerta, sintió el aleteo de miles de mariposas recorrieron el cielo. Venían avisadoras, sin preguntas, con un fin. La mariposa azul las obligaba. Náger sonrió y ellas celosas de su belleza, aletearon más fuerte moviendo su larga melena rubia, la invitaban a irse con ellas, pero Náger no entendía su mensaje. Siempre decía a sus padres que las mariposas que vivián en la cascada le hablaban y contaban historias del limbo al que un día con ellas regresaría, que era de donde salió su alma, a donde pertenecía. A su madre se le helaba el corazón cada vez que le escuchaba decir eso. Y hoy era el día. Hoy deberían devolver a su pequeña a Petricor que les dio el don de la alegría solo por el tiempo límite. Tamir empezó hacer aspavientos para que se alejaran, no dejaría que se fuera con ellas, pero Náger, le sujetó por el hombro y le miró. Entendió que ella ya se dio cuenta de todo, que debía irse, caminó por la ladera y a su paso el suelo comenzaba a oler a lluvia, y el cielo se tornaba oscuro de tormenta, y el aire ventoso movía su vestido nuevo que marcaba su silueta, su pelo se alborotaba hacia atrás, observada por todos sus vecinos que desesperados le decían: “Gracias”.
Su rostro se llenaba de lágrimas al oír los gritos y llantos de su familia. La cascada dejaba de emanar agua secándose cuanto más se acercaba ella. Moriría por su pueblo, y le perdería a él. Tamir, la seguía, se enfrentaría, lucharía por su amor. Han desaparecido las polillas, y todos los insectos que convivían con ellos y que hacía dieciséis años llegaron a Pamu. Todo estaba cambiando, todo llegaba a su fin. Solo se iluminó la cascada para recibirla, la luz incidía en su muslo izquierdo, tanto que quemaba. Náger estaba ensoñada algo protegía su ser que le permitía una rara consciencia. Era el regalo de Tamir, estaba claro que era mágico. Él saltó desde una piedra elevada en un lado del chorro iluminado y se puso delante de ella como un gran y fuerte protector. Gritó moviendo la cabeza a los lados advirtiendo que él daría su vida por ella, que no podía irse. Ella se agarró a su cintura invadida por el peso de su propio cuerpo, no se sostenía, se estaba muriendo…enfrente de él una inmensa crisálida se instaló al lado de su rostro y le sopló. En ese momento Tamir se quedó mudo para siempre, pero con vida y contemplo sin poder moverse como el cuerpo de su amada se rendía, se apagaba, se moría.

Al instante los colores verdes, los árboles, las flores, los sonidos de la naturaleza que años atrás habían desaparecido por el propio mal que hacer de los hombres al no apreciar su valor, regresó.
Se había cumplido la leyenda de Pamú que contaba la historia de un amor temprano el de Náger, la piedra de luna y Tamir el joven mudo que la amaba, Y dicen que se quisieron por siempre y desde el instante en que a la aldea volvió a llover.











By Mónica Solís (Miltch)

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